La Europa de los refugiados
Cerrar las fronteras a los que huyen de la muerte es contrario al espíritu de la tradición europea y nos recuerda los peores momentos del siglo XX
En
la sociedad actual, el poder de los medios de comunicación se
convierte en trascendental. Situaciones que en otros años serían
desconocidas, nos llegan al instante a través de la prensa, la
radio, la televisión e Internet. Estos medios producen un efecto
inmediato en la opinión pública. Hoy nos retransmiten la huida
desesperada de los sirios por barcos, trenes, camiones y a pie. Ante
el drama en el que se encuentran millones de refugiados se alzan
distintas voces, unos, a favor del asilo, y otros, en contra,
advirtiendo de una serie de peligros. Para analizar dicha cuestión
es necesario descubrir las ideas preconcebidas y analizar las causas
del problema.
Mientras
que en territorios no muy lejanos de Europa se asesinaba a miles de
hombres y mujeres, los europeos nos sentíamos seguros en nuestros
países, no pensábamos que las consecuencias de la guerra nos
pudieran afectar. Pero la llegada de refugiados procedentes de países
en guerra y los actos terroristas llevados a cabo en suelo europeo
nos muestran los horrores del conflicto bélico. Los refugiados que
se ahogaban en el mar por llegar a las costas europeas, no dejaban de
ser una noticia de unos segundos, eran seres sin identidad, carecían
de pasado y de nombre, perecían en el mar y descansaban para siempre
en un lugar de la anhelada Europa. Sin embargo, la imagen de un niño
muerto en una playa, devuelto por el mar a nuestros pies, nos abre
los ojos hacia una realidad; ya no es un ser sin identidad, tiene
nombres y apellidos, está en nuestro territorio, tiene un padre que
llora y todos nos sentimos identificados con su dolor.
Europa
reacciona, como es habitual, de forma lenta, negociando la acogida de
refugiados y fijando su reparto entre los países, como si se tratase
de una cuota más de objetos. Es entonces cuando se levantan reparos
en contra de esta política de acogida a los refugiados. Se ha
llegado a afirmar que son fugitivos, que es el caballo de Troya del
Islam para dinamitar Europa, que se infiltran terroristas, que se
utiliza a los niños para que nos sintamos culpables y se interrogan
por qué no huyen hacia otros países árabes como Arabia Saudí y
por qué no son socorridos por la Media Luna Roja.
Pero,
realmente, ¿Podemos
pensar que los sirios que recorren miles de kilómetros huyendo con
los hijos en los brazos es porque quieren remover las conciencias
europeas? ¿O es que quizás nuestras conciencias se quedan más
tranquilas si no abrimos la puerta buscando una justificación?
¿Dejaremos de sentirnos culpables si los rechazamos porque no
piensan como nosotros y no creen en nuestro mismo Dios? ¿Se puede
proponer que los refugiados musulmanes sólo pueden ser refugiados en
países musulmanes? ¿Se puede llegar a pensar que los refugiados
chiíes solamente pueden ser refugiados en países chiíes y los
cristianos sólo en países cristianos? ¿Se puede plantear que no
hay que acoger refugiados porque entre ellos puede haber algún
terrorista, cuando los países europeos exportan terroristas a la
guerra de Siria? ¿Es este el mundo de los valores que preconiza y
defiende Europa?
No
estamos ante una guerra de religiones, de musulmanes contra
cristianos. Si observamos el mapa de la guerra, ésta se produce
entre musulmanes de distintas creencias, suníes y chiíes. En medio
de esta guerra se encuentran atrapados miles de cristianos y yazidíes
que son masacrados ante el silencio y la inacción internacional. No
estamos ante una guerra de civilizaciones, no es real el llamado
choque de civilizaciones, Occidente no lucha contra Oriente. Estamos
ante una guerra entre la libertad y la barbarie: esa es la cuestión
sobre la que hay que tomar conciencia, en primer lugar, y en segundo
lugar, medidas. La barbarie sobre las personas que son esclavizadas,
lapidadas, mutiladas y asesinadas. Estamos ante la exaltación de la
brutalidad, de lo inhumano, la negación del hombre; ante el ataque a
la esencia de la existencia del ser humano, la irracionalidad se
apodera de la vida e infunde el miedo a las masas. La barbarie no es
nueva, lleva tiempo y se ha incrustado en una parte del territorio de
Oriente. A las muertes actuales les preceden otras igual de
horribles, las cuales se nos han olvidado y, a su vez, serán
preludios de otras igual de terribles si no se adoptan medidas.
Europa
no puede dejar de ser Europa, la de los derechos, de las libertades y
de la tolerancia. Europa tiene que dar un mensaje al mundo. Si Europa
se encierra y levanta fronteras, será cuando dejará de ser Europa y
estará condenada a su fracaso, porque la civilización europea se
basa en sus valores y el comienzo de su destrucción se inicia por la
pérdida de esos valores.
El
acoger a refugiados que huyen de la guerra es un gesto de humanidad y
como tal es un valor europeo. El cerrar las fronteras a los que huyen
de la muerte es contrario al espíritu de la tradición europea y nos
recuerda los peores momentos vividos en el siglo pasado. No hay que
olvidar que, antes de la II Guerra Mundial, miles de refugiados
judíos fueron rechazados en diferentes países y se vieron abocados
a morir en los campos de concentración. En la historia ha habido
refugiados ilustres -Albert Einstein era un refugiado y el padre de
Steve Jobs era inmigrante sirio- que contribuyeron a cambiar el
mundo. Otros como Victor Hugo, Chopin, Isabel Allende se vieron
obligados a exiliarse. Además, hay que tener en cuenta que a través
de la inmigración se enriquece una sociedad; Europa necesita
inmigración, puesto que es una sociedad envejecida. Se calcula que
solamente Alemania es capaz de acoger unos 500.000 inmigrantes al
año.
A
Europa llegan las consecuencias de cuatro años de inacción, de una
guerra a la que se tenía que haber puesto fin hace tiempo, de una
política internacional errática e indecisa. Es necesario poner fin
a la guerra y estabilizar la zona, elaborar un plan para los
refugiados y ayudar a los países limítrofes con Siria, que con unos
tres millones de refugiados están soportando un coste mucho más
elevado que Europa. Las medidas tienen que ser adoptadas y decididas
con urgencia, antes de que sea demasiado tarde y antes de que nos
veamos abocados a adoptar otras que no nos gusten. Europa no puede
ignorar lo que sucede más allá de sus fronteras, tiene que
plantearse cuál es su papel en el mundo. Europa no puede renunciar a
ser ella misma.
Francisco
Pleite Guadamillas es
doctor en Derecho por la Universidad Carlos III.
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